Siete notas sobre democracia
(Estas notas tienen como núcleo común algo así como un cruce entre Lacan y Lefort. No lo busqué deliberadamente, pero mientras hace unos días preparaba algunas cosas para una exposición en torno a la democracia, me di cuenta de que lo que escribía giraba alrededor de esas referencias. De Lacan, la idea de la falta constitutiva. De Lefort, su lectura de la democracia como régimen donde el lugar del poder está vacío. Esa doble clave sirve para pensar que la democracia se define, justamente, por sostener la incompletud como condición estructural).
I. Democracia como forma de subjetivación
El sujeto democrático vive en un entramado social atravesado por diferencias, tensiones y desacuerdos. Y la democracia, de acuerdo con Lefort, se caracteriza porque el lugar del poder está vacío, pues nadie puede ocuparlo de manera definitiva. Esa lectura, que veo cercana a la noción lacaniana de la falta estructural, muestra que la democracia (como el sujeto) no falla por incompleta, sino que, justamente, se funda en esa imposibilidad de clausura.
La democracia trasciende las instituciones y los procedimientos, pues (también) se define por la producción de un sujeto capaz de convivir con la incompletud y sostener el disenso sin clausurarlo.
II. Democracia e incompletud
La democracia siempre está abierta, siempre incompleta. Eso es, a la vez, lo que la vuelve incómoda y lo que le da potencia.
La apertura democrática genera malestar. Convivir con lo inconcluso no es fácil. De ahí que siempre esté amenazada por fantasmas de unidad: el autoritarismo como cierre pleno, la tecnocracia como saber total.
Si el Estado es un montaje que organiza lo social, la democracia sería la puesta en escena de esa incompletud.
III. Democracia y fantasma
La democracia no es algo que «existe» en estado puro. Funciona como una figura regulativa (kantianamente hablando), o como un fantasma necesario (un horizonte que organiza prácticas, pero que nunca se cumple del todo).
Entonces, lo que hay es:
- Democracia-realidad: lo que vemos en la práctica, con sus deformaciones, rutinas, capturas tecnocráticas o clientelares. Siempre parcial, contradictoria, atravesada por relaciones de poder.
- Democracia-fantasma: la escena donde se despliega la promesa de igualdad y apertura. No existe empíricamente como totalidad, pero opera en la subjetivación.
Nunca hay «la» democracia, hay una lucha por sostener el vacío contra las fuerzas que buscan llenarlo.
Vale aclarar, decir que «la democracia no existe» no significa que sea pura ilusión. Su fuerza está, precisamente, en no existir como objeto pleno porque nunca se da como acabada; se obliga a recrearse una y otra vez en prácticas, instituciones y conflictos.
La democracia, al no prometer unidad plena, instala el fantasma de la incompletud compartida. Constituye, así, un régimen singular porque organiza la lucha fantasmática de un modo específico, institucionalizando la falta y permitiendo que el conflicto se exprese en un marco de no violencia.
IV. Democracia y violencia
Los marcos democráticos aseguran un espacio habilitante donde la lucha política puede desplegarse sin aniquilar al adversario. En el autoritarismo, el conflicto se resuelve por eliminación. En la tecnocracia, por neutralización.
La singularidad de la democracia está en sostener el disenso en condiciones de no violencia, aceptando que la política es lucha pero no guerra. Justo porque ese marco nunca está garantizado (siempre puede degradarse, romperse, volverse violento), la democracia funciona como una apuesta frágil; un fantasma que se reescenifica cada vez que el conflicto evita una deriva al exterminio y se tramita en disputa política.
V. Democracia y capitalismo
La democracia necesita sujetos que se reconozcan como iguales en un espacio compartido, aunque estén en desacuerdo. El capitalismo produce sujetos como competidores, atrapados en acumulación, deuda y consumo.
La democracia desacelera, abre tiempo; el capitalismo acelera y clausura. Esa velocidad erosiona la paciencia democrática.
Aunque la democracia limite la violencia política directa, el capitalismo introduce violencia económica y social (exclusión, precariedad, desigualdad). Esto mina sus condiciones materiales: ¿qué igualdad política puede haber cuando la desigualdad social es extrema?
De cara a ese malestar, aparecen esas salidas autoritarias o tecnocráticas que clausuran el marco democrático («dejen de politizar, necesitamos orden/eficiencia»).
La democracia insiste como fantasma de apertura, pero sus problemas emergen en gran medida porque se despliega dentro de un orden (capitalista) que la tensiona estructuralmente. El capitalismo ofrece fantasías de autosuficiencia, de placer inmediato, de rendimiento sin límite. Ahí choca con la democracia. Mientras esta necesita sujetos capaces de habitar la falta, el capitalismo ofrece objetos para taparla.
VI. Democracia capturada
La democracia no es necesariamente «la mejor respuesta» en todos los contextos, pero sí la más exigente, porque apuesta a sostener la falta sin convertirla en unidad forzada. Esa apuesta, sin embargo, es frágil y muchas veces aparece degradada (particularmente bajo la presión del capitalismo).
La democracia liberal-capitalista se presenta como sinónimo de democracia (aunque, como vimos, se trata de democracia-realidad, y no de democracia-fantasma), pero está sobredeterminada por la lógica del mercado. Individuo consumidor, ciudadanía reducida al voto periódico, política convertida en gestión. Una forma histórica de democracia que, al ser capturada por esa lógica, pierde parte de su potencia para sostener la falta (toda democracia-realidad puede ser más o menos capturada por lógicas que erosionan su apertura.).
No se trata, entonces, de un diagnóstico moralizante. Apunto, en todo caso, a distinguir entre la democracia como horizonte de lo inacabado y su forma liberal-capitalista funcional al mercado.
VII. Democracia y psicoanálisis
El psicoanálisis es una práctica con afinidad estructural con la democracia.
En análisis no (tampoco) hay verdad última ni cierre completo. Eso lo emparenta con la democracia entendida como marco de lo inacabado. Ambas rehúsan la clausura.
El analista abre un espacio donde se juega la palabra (no impone su verdad ni anula al analizante). Donde el sujeto acepta que no todo está dicho, que no hay Otro del Otro, que la vida está atravesada por la falta. Eso mismo es lo que la democracia necesita. Sujetos que puedan convivir con el desacuerdo sin exigir un cierre absoluto.
El psicoanálisis abre, desacomoda, insiste en lo que no cierra. Eso lo vuelve «democrático» en un sentido profundo (no institucional sino estructural). Algo así como un modelo micro-político de la misma lógica que la democracia ensaya a nivel macro.
No es casual, entonces, el eco conceptual entre Lefort y Lacan. Así como el sujeto está atravesado por la imposibilidad de completud, la democracia se define por la imposibilidad de que el poder se fije en una sola figura. Ambas prácticas (análisis y democracia) instituyen un espacio donde la falta se vuelve condición.
Apéndice. La contingencia democrática
Tanto Lacan como Lefort se inscriben en una tradición europea. Lacan piensa la subjetividad desde el psicoanálisis, y Lefort la democracia como «lugar vacío del poder» en el marco de la experiencia europea moderna (1789 como hito). Hay una marca occidental fuerte. La idea de incompletud, de vacío, de poder no encarnado, está vinculada a una historia política (el fin de la monarquía absoluta, la secularización) y a una tradición filosófica (del nominalismo medieval al humanismo moderno). En ese sentido, podría pensarse que la democracia, tal como la conceptualiza Lefort, es una invención occidental (con su arquitectura de derechos, representación e instituciones).
La cuestión es si hay un «universal democrático» o si la democracia es un régimen históricamente particular. Una hipótesis (más lefortiana) es que la democracia es una particularidad occidental, pero que expone un problema universal. Ninguna sociedad puede clausurar del todo el vacío del poder. Por ejemplo, el Partido Comunista Chino se presenta como continuidad histórica de un modelo meritocrático-confuciano (no liberal) donde el poder se concibe encarnado en el Partido, y en última instancia en la figura del líder. Pero incluso en sistemas de poder concentrado, el vacío retorna en forma de tensiones internas, luchas burocráticas o protestas sofocadas. Es decir, la falta no (nunca) desaparece, sólo se tramita con otros recursos.
Entonces: la democracia es una manera histórica, occidental, contingente de organizar el vacío (no es la única). Su singularidad está en no negar la incompletud al volverla principio político.
— E.