CERTEZAS TRANSITORIAS

De Lorkhan a Lenin. Sobre la (im)posibilidad de secularizar lo sagrado (o sacralizar lo secular)

En el lore de The Elder Scrolls, «mantling» es el proceso por el cual alguien asume el rol o el cargo metafísico de otro ser (generalmente un dios o figura arquetípica) al repetir sus gestos, sus acciones, su destino, su posición, hasta el punto de convertirse en él (hasta que el mundo ya no distingue entre ambos). «Walk like them until they must walk like you»1. Es una forma mítica de sucesión: para ser un dios, hay que encarnarlo.

Talos es un caso paradigmático de mantling exitoso. Su apoteosis fue la culminación de una serie de gestos fundacionales. Conquista, unificación, instauración de una nueva era. Su figura reúne múltiples identidades (Hjalti Early-Beard, Tiber Septim y Zurin Arctus) y se convierte en algo más que un hombre; encarnó el mito lorkhaniano2, y por eso se volvió real.

El Tribunal, en cambio, representa un mantling fallido. En The Elder Scrolls III: Morrowind, Vivec, Almalexia y Sotha Sil alcanzan la divinidad robando el poder del Corazón de Lorkhan. Se convierten en dioses vivientes para su pueblo, pero su divinidad era artificial, y finalmente decayó. Su mantling es inestable. Falla por falta de legitimidad ontológica. Se sustenta en tecnología; no en numen. Cuando, en el juego, destruimos el corazón, la farsa cae con ellos. Talos es la encarnación del mito; el Tribunal, la instrumentalización del poder.

Algo parecido se ve en el ocaso soviético. El Partido intentó ocupar el lugar de la religión, copiando sus formas, vistiéndose de sagrado. Pero ese mantling también fracasó. No encarnó. Y con el colapso, lo verdaderamente sagrado volvió a reclamar su lugar.

Como escribió Carl Schmitt, todos los conceptos significativos de la teoría moderna del Estado son conceptos teológicos secularizados3. El Partido quiso asumir ese lugar, pero carecía de sacralidad genuina. Como el Tribunal de Morrowind, replicó las formas, pero no encarnó el mito. Cuando su teología política colapsó, sólo quedó un altar vacío, y la sombra persistente de lo trascendente. Porque el deseo de lo sagrado nunca desaparece; más bien, se repliega o se transforma. O espera, entre ruinas, a quien camine como los dioses hasta que el mundo lo confunda con uno de ellos.

— E.


  1. En Nu-Hatta of the Sphinxmoth Inquiry Tree (ca. 2005), por Michael Kirkbride, disponible acá.

  2. El mito lorkhaniano narra el conflicto entre Lorkhan; quien persuade a los espíritus (et’Ada) a crear el mundo, condenándolos a la mortalidad; y Akatosh, símbolo del orden eterno. Lorkhan es a la vez motor de la existencia y figura trágica: en algunas versiones, un traidor que engaña a los dioses; en otras, un mártir sacrificial que entrega su ser para posibilitar la creación. En ciertos relatos es derrotado por Trinimac, en otros castigado por Akatosh, pero en todos su corazón es arrancado y arrojado al mundo, donde permanece como reliquia sagrada de una voluntad creadora imposible de borrar.

  3. En Teología política (1922; ed. Trotta, 2009).

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